Hay profesiones que tradicionalmente se considera que no pueden ser llevadas a cabo de forma satisfactoria sin una gran dosis de vocación, como los médicos o los profesores.
Nadie se plantea la necesidad de vocación para ejercer de jardinero, carnicero o contable.
Debe de ser por la relación del trabajo con las personas pero, por algún motivo que desconozco, es una certeza ampliamente aceptada que no se puede ser buen médico sin vocación, que no se puede ser buen enfermero sin vocación o que no se puede ser buen profesor sin vocación.
Y yo, ahora, no estoy segura de que sea verdad.
Muchas veces, la profesionalidad de la persona puede dar resultados por encima de los de aquellos que tienen mucha vocación.
Un profesional conoce sus funciones y responsabilidades, igual que ejecuta de forma eficiente su trabajo, aportando, creando e innovando. Y esto solo porque es un buen profesional que sabe que cobra un salario por realizar bien su trabajo.
Un médico sin vocación pero con profesionalidad jamás dejaría de hacer todo lo necesario para diagnosticar correctamente, para establecer un tratamiento eficaz, para seguir los protocolos establecidos ni, por supuesto, dejará de llevar a cabo todas las tareas burocráticas que se le exigen. Un profesional.
Un profesor sin vocación pero con profesionalidad jamás dejará de intentar que todos sus alumnos aprendan, no dejará que le pasen por alto las dificultades de aprendizaje de sus alumnos, no se permitiría trabajar sin diseñar un plan individualizado para aquel niño que lo necesite, no aceptará no buscar nuevas formas de enseñar, nuevas herramientas o de leer sobre su profesión para su correcto ejercicio.
Un maestro con profesionalidad pero sin vocación no dejará de atender a las familias y de proponerles todo aquello que crea que puede ayudar a sus alumnos. Y sin vocación pero con profesionalidad, cumplirá con todas los trabajos burocráticos de poco valor añadido que se le exigen. Tal vez sea un maestro sin vocación, pero puede ser un perfecto profesional.
Un profesional hasta podría llegar a tener una ventaja: no se quemará. La profesión es la profesión, y el resto de su vida es otra cosa. No hace falta llevarse a la cama todos los problemas de todos los alumnos para ser un muy buen profesor (o de los pacientes para ser un muy buen médico).
A lo mejor estoy pensando en esta cuestión cuando el sistema, algunas familias y sus valores, la economía y quienes diseñan el sistema educativo que tenemos y tendremos me están haciendo replantearme mi vocación (o, en otras palabras: empiezo a estar hasta el gorro).
¿Qué es mejor? ¿Tener vocación -lo que presupongo que implica ser un profesional, para que nadie se me ofenda- o ser –a secas- un profesional como la copa de un pino?
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