Hay una tendencia (que ya dura unos años) que consiste en
hacernos creer que hay dos escuelas contrapuestas: la escuela donde se hace trabajar a los niños y la escuela donde los niños van a ser felices. Es un debate habitual en mi entorno, donde maestros defienden que su actividad ha de ir encaminada a que sus alumnos sean felices más allá de lo que aprendan pero envían a sus propios hijos a colegios donde les hacen trabajar (y no parece que sean desgraciados).
Esta dicotomía que se plantea y que cada vez más profesores y padres se creen
es endiablada porque pretende defender que allí donde hay trabajo y esfuerzo no puede haber felicidad.
Los que me vais leyendo tal vez ya os habéis dado cuenta de mi
eclecticismo pedagógico: no soy radical partidaria de ninguna escuela ni de ninguna metodología. Creo que todas aportan algo al proceso de enseñanza-aprendizaje y que cada modelo ayuda a la adquisición de unas habilidades concretas y diferentes. Y que unas metodologías funcionan muy bien para trabajar el Conocimiento del Medio pero no tanto para la Lengua o las Matemáticas.
Así, y pasando por encima del S.XX, el
conductismo está muy denostado y se cree que bastante abandonado, pero aunque solo sea por el refuerzo positivo (muy útil para lograr la repetición de las conductas que nos interesan, y que funciona bastante bien hasta los 8 años) ya vale la pena. Tampoco hay que olvidar que bajo esta escuela se plantearon las “maquinas de enseñar” (Skinner) o sistemas de auto aprendizaje (que, modelado con el paso de los años y con la aparición de nuevas tecnologías y nuevas teorías pedagógicas,
seguimos utilizando). Me refiero a esos sistemas de enseñanza-aprendizaje donde se presentan contenidos o destrezas híper descompuestos en tareas o partes tan sencillas que el éxito, actividad tras actividad, está asegurado.
El cognitivismo, donde los procesos mentales dejan de ser una caja negra, para centrarse en los procesos mentales que ponemos en marcha ante cada nueva situación, concepto... Los procesos mentales y su importancia en el aprendizaje.
La maravillosa "zona de desarrollo próximo" de Vigotsky. Y digo maravillosa porque entiendo que es la que nos ha enseñado a ir poniendo nuevos retos, yendo un poco más allá de la situación actual del niño, para fomentar el aprendizaje.
El
constructivismo y el aprendizaje significativo, con su explicación sobre la otorgación de significado que hace el niño respecto a los conceptos que le rodean o que se le presentan, y la importancia –pues- de los conocimientos previos de los alumnos, que son los que van a ayudar a la asimilación de todo lo nuevo. O como decía un profesor que tuve “nada hay nuevo bajo el sol”: todo lo nuevo que nos llega tratamos de encajarlo de alguna manera en lo que ya conocemos (los adultos, también).
La muy anterior
pedagogía progresista: la escuela activa, el método Montessori… donde los niños
hacen y se les ofrece aquello que necesitan en el
momento adecuado, dando unos resultados mucho mejores que forzando los aprendizajes en los momentos inadecuados.
Y la llamada
pedagogía tradicional, con su acento en los contenidos y en la clase magistral.
Todo esto junto, funciona. Sin entrar en más detalles ni en diferentes técnicas o metodologías.
El niño pasa entre 5 y 6 horas diarias en el colegio. Y
alguien pretende hacernos creer que puede pasarlas felizmente haciendo solo lo que le apetece en cada momento, o haciendo poco, o sin enfrentarse a retos nuevos que le lleven un paso más allá (cosa, por otra parte, natural en los niños).
Pensad en vosotros mismos en vuestro trabajo: ¿podéis imaginaros estando 8h jugando al solitario, consultando twitter o haciendo compra on-line, porque ese día no os apetece mucho trabajar? Los días así se hacen eteeeernos. En cambio, aquellos días llenos de actividad, de cosas diferentes que hacer, de tareas por terminar en un plazo concreto, hacen que la jornada se nos pase casi sin darnos cuenta.
Así que,
¿niño feliz pero ignorante?, ¿niño feliz pero ocioso? Yo no me creo que eso sea la felicidad. Y esta semana estoy algo cansada de oir que
los maestros que exigen a sus alumnos los hacen infelices.